Isauro Arancibia en la memoria visual de Tucumán
Historias mínimas del trabajo en archivos #3
Hola, ¿cómo va?
Hoy, Isauro Arancibia.
Empecemos.
Francisco Isauro Arancibia, maestro y presidente de la Agremiación Tucumana de Educadores Provinciales (ATEP), fue asesinado la madrugada del 24 de marzo de 1976. No hubo acto más spinoziano que ametrallar un sindicato, asesinar a un dirigente sindical y a su hermano la misma noche que decretaban el fin de un gobierno constitucional. El acceso a la metáfora está en el entendimiento de las balas, los cuerpos y la sangre derramada de Isauro y su hermano Arturo. Fin.
Otros escribieron sobre Arancibia y bastante mejor que yo. Te dejo unas recomendaciones y/o sugerencias: el gremio de base, la Agremiación Tucumana de Educadores Provinciales fue creada en 1949 y ese primer tiempo es cubierto por Marta Barbieri en su tesis doctoral; con el golpe del ‘55 ATEP fue intervenido por “peronista” y transcurren pocos años hasta que en 1958, Isauro Arancibia llega a la secretaría general, etapa estudiada por Daniela Wieder y se extiende hasta los setenta, momento de mayor repercusión y conflictividad entre el gremio docente y los gobiernos pos peronistas; por su parte, Antonio Ramos Ramírez escribe sobre este período acentuando en otras lecturas sobre el sindicalismo docente y su vinculación con la esfera socio-política local. Y el imprescindible, Eduardo Rosenzvaig, que escribió “La oruga sobre el pizarrón” en 1991.
Esta entrega es una historia que busca conectar con una dimensión más sensitiva, la visual, para intentar decir algo más sobre lo existente. Visual porque recorre la provincia en búsqueda de los espacios por los que transitó y en los que quedó la obra de Arancibia. Como para tenerlo presente no sólo el 24 de marzo.
1//Monteros
La ciudad de Monteros está ubicada en la franja oeste de Tucumán, en el lugar donde el terreno comienza a ser escarpado y sube hasta el Parque Nacional Aconquija. Monteros es un enclave cultural, en algún tiempo tuvo más luces encima pero ahí se cobijan las randas y la poesía norteña. Además, fue el lugar que vio nacer a gente tan distinta como Bernabé Aráoz, Julio Ardiles Gray, Manuel Aldonate y Mate Cosido. En fin, una textura de personas, movimientos y objetos tan variados como singulares. Como Tucumán.
Hay un libro de Eduardo Rosenzvaig menos conocido que “La oruga sobre el pizarrón” que lleva de título “Tantas claridades para prender una luz” (editada en el 2009), donde recupera relatos y testimonios de docentes durante y después de la dictadura. Ahí hay un texto que lleva el nombre “República Democrática Arancibia” que repara sobre los recuerdos de María Genoveva, la hermana mayor. El lugar donde creció Isauro existía por el Ingenio Ñuñorco. Típico costumbrismo: la madre abocada al cuidado de los hijos, el pan amasado, el calor, los árboles y una sensación permanente de falta llenada con el deseo de cambiar las cosas. No sé si habrá ediciones disponibles pero te dejo aquí una versión digitalizada del libro, aquí.
¿Qué queda de Arancibia en Monteros? Es impactante pero apenas llegás, en la terminal te encontrás con un mural realizado por César Carrizo, docente historietista, muralista e ilustrador tucumano. Salís de la terminal y hay otro. Ocho cuadras hacia el sudoeste está la Biblioteca Popular en homenaje a Arancibia fundada por Amalia, otra de las hermanas. Las bibliotecas populares fueron un lugar cálido para los debates docentes. Además de la inaugurada en su honor, en Monteros está la Mitre y la Buffo de Ferro, ambas con edificios increíbles. En este país el legado que heredamos de Domingo Sarmiento fueron las Bibliotecas Populares. Cerrarlas, desfinanciarlas o prohibir el acceso a libros es atentar contra lo que nos hizo trascendentes.
¿Qué vinculación existe entre Isauro y Monteros? A simple vista parece poca. Es como si su vida hubiera tomado sentido cuando se interiorizó en la actividad gremial en los años ‘50 pero uno lleva las mañas a todos lados. Hay una conexión inmanente entre la cultura local —la vida en las pequeñas ciudades es más dinámica de lo que se cree— y el ejercicio democrático. Algo de la vida intelectual y artística de su lugar de origen puede haberse impregnado en las formas de liderar un gremio pero también la efervescencia social-comunista, tan inexplicable como cierta e incluso permanece en la actualidad. Tampoco se trata de gandhificar la figura de Arancibia. Resulta inconcebible pensar que la vida sindical no tiene una dosis de conflictividad inexpugnable, de trato profano con lo social. Por supuesto, la estrategia parece haber sido delegar ese perfil a Sixto Paz (me hace gracia que sea idéntico al ex líder de la URSS, Leonid Brezhnev), quien ocupaba la secretaría general del gremio en aquellos años.
En 1971, Julio Aldonate (periodista histórico de La Gaceta) se encontraba en Monteros, tomando notas de un discurso acalorado de Arancibia en la Biblioteca Popular Bartolomé Mitre. Como les dije, las bibliotecas fueron los lugares preferidos de los docentes. Desde allí, hablaban de política, cultura, economía y educación bajo el manto imaginario de Sarmiento. El fragmento que Aldonate eligió para el diario es el siguiente: “No es honesto pero sí avieso por el propósito, la afirmación que el maestro reclama un sueldo de $100.000 a costa del desangre de miles de tucumanos. La sangre y la vida del pueblo tucumano y del país se la quitan los eternos explotadores del hombre ante la pasividad y complacencia de sus personeros, y no el pobre y sacrificado maestro de escuela” (Panorama Tucumano, 29/05/1971). Ese elemento de la abnegación era su legado sarmientino y por supuesto, los amparaba ante las situaciones políticas más adversas. Pero ojo, Arancibia no era sólo un apóstol laico. En una entrevista con Clarín de 1970 le preguntaban sobre su unificación en la CGT y su respuesta era concreta: no era suficiente que la central le abra las puertas a los dirigentes del magisterio, sino que los sindicatos de base encuentren representación en una única entidad gremial, que tenga una programática diáfana y concreta, y protagonizada por las provincias. Concluye Arancibia: “El interior se ha cansado de no servir sino para llegar con sugerencias a Buenos Aires. El interior y sus trabajadores quieren ser protagonistas y no receptáculos. Reclamo una intervención directa en la vida y acción de la CGT y mientras no esté debidamente representada no será nacional sino CGT de Buenos Aires”. Bocadillo mío: gran parte del problema del gremialismo docente es esa mirada excesivamente centralizada que ha sido una constante desde las carpas blancas hasta hoy.
2//La ciudad
En octubre de 1970 se realizó el Congreso Nacional de Educación en nuestra ciudad. Podemos entenderla como el precedente necesario de la Central de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA) y como no podía ser de otra manera, los lugares fueron bibliotecas populares: la Sarmiento (de Congreso primera cuadra) y la Alberdi (de la 9 de julio 162). La ceremonia de apertura fue en la Sociedad Sarmiento, se entonó el himno nacional y el himno al educador sanjuanino. Más tarde, una extensa nómina de oradores intervinieron en un debate abierto, incluso las actividades tuvieron que reprogramarse para el día siguiente. No podía ser distinto: el lema de la convocatoria era poner la educación al servicio del pueblo y del cambio revolucionario. Una vez me contaron que era Sixto Paz (ATEP) quien conducía las asambleas docentes, a Dios rogando y con el mazo dando. Cualquier interferencia de la voluntad general era castigada con viso brezhneviano.
Cualquiera que haya venido a Tucumán se da cuenta que tiene un centro pequeño. Este Congreso se realizó en nueve manzanas, en pleno centro. De la Plaza Yrigoyen, donde está el Palacio de Justicia, el edificio de FOTIA y al final de un pasaje, la ex sede de ATEP; hasta Congreso primera cuadra, donde está la Sociedad Sarmiento y pasando por la Biblioteca Alberdi. Doce comisiones en nueve manzanas para cambiar los cimientos de la educación, el país y el mundo. Es un montón.
El cierre del Congreso fue en la Biblioteca Alberdi, el tono acorde con la época y, diría Arancibia, con el impulso de haber “luchado sin tregua, sin componendas y con sacrificios” los últimos años.
3// La ciudad (bis)
Eduardo Rosenzvaig escribió en “La oruga sobre el pizarrón” que la dictadura había decidido presentarse en sociedad con el asesinato de un maestro y robarle sus zapatos. La narrativa del libro se organiza a partir de esa injusticia fundante, que un maestro ande descalzo por el cielo. Justo y necesario juego del lenguaje. Rosenzvaig intenta reconstruir esas horas, yendo y viniendo entre los recuerdos que aportan sus hermanas y otras compañeras del gremio. La contingencia a veces es hija de puta y no casualmente el lugar donde lo asesinan a Arancibia está enclavado en esas nueve manzanas de aquel Congreso realizado en 1970. Años más tarde, Micaela Amalia Arancibia fue al Juzgado IV de Instrucción para radicar la denuncia y ahí dice:
“Llovía torrencialmente, las calles se encontraban anegadas y las luces de calle Congreso y Las Piedras habían sido apagadas minutos antes de la llegada de los hermanos que dejaron una camioneta en una guardia de la zona. A poco de su ingreso en ATEP, donde residía Francisco, tres móviles de la policía provincial llegaron al lugar, sus ocupantes descendieron y derribaron la puerta lateral del acceso principal, enseguida se produjo un nutrido tiroteo que duró escasos minutos”.
Los denunciados eran once personas: Héctor Rodolfo Amaya, Carlos Antonio Neme, Félix Roberto Heredia, Jorge Daniel Ragonese, Julio Vicente Coria, Ignacio del V. Suárez Ledesma, Mario Roberto Escalada, José Ricardo Sánchez, José Arturo Vázquez, Julio César Figueroa y Luciano Antonio Rodríguez. Además, habían participado Luis Faggioli (sargento asesinado durante el operativo) y Antonio Armando Peralta (agente herido). Digo, como para dimensionar que la hipótesis de la simetría que nutre a los dos demonios es sencillamente insostenible.
Según una misiva periodística que encontré, la patrulla policial se acercó a Congreso 295 con la orden de detener al gremialista cerca de las 3:30. Sobre él, pesaba el pedido de detención y resistió “generándose un nutrido tiroteo”, donde le disparan a Faggioli (aquí lo mencionan como miembro del Departamento de Investigaciones) y hieren gravemente a Peralta. Ante esto, otros vehículos policiales llegan al lugar y se “prolonga el tiroteo” hasta que los hermanos Arancibia caen muertos. Dice al final: “con las primeras luces del día los cuerpos del gremialista y de su hermano, lo mismo que el del policía fueron retirados del lugar y trasladados a dependencias policiales”.
Pablo Pineau escribió que junto con la suspensión de los derechos políticos, la dictadura determinó la suspensión del derecho a educarse para la población nacional. El fin de la escuela moderna empezó con un decreto que simplemente indicaba que el 24 de marzo no había clases y sobre el asueto vino un proceso de desarme del andamiaje del Estado docente, el quiebre del discurso educativo clásico y la represión capilarizada en todo el sistema educativo. Sobre esto, me pregunté: ¿qué hicieron los dirigentes, maestros y allegados a ATEP cuando le mataron a Arancibia? Por supuesto que el hecho de infundir terror a la población era un condicionante evidente. Incluso, al mirar qué se decía durante esos días posteriores es pasmoso no hallar ninguna referencia al asesinato, salvo esta.
La impersonalización del enunciado, otro juego del lenguaje, es una estrategia: “Recibieron sepultura”, “resultó muerto en un luctuoso suceso, en el que también perdió la vida su hermano”. Un par de años atrás, un periodista del mismo diario decía que Arancibia era una mezcla entre Plutarco y Pestalozzi, después del 24 de marzo, un dirigente fallecido en un luctuoso suceso. Recién el 27, en la sección de fúnebres hay avisos para Arancibia. Muchas veces los consulto, para ver quién paga para mandar el pésame. Sirven para armar redes de sociabilidad. Volvamos.
Según Rosenzvaig, la familia tuvo que esperar hasta abril para que el Juzgado accediera a los expedientes que constataban los acontecimientos. Obvio que nunca hubo acuerdo al respecto. Finalmente, ATEP fue intervenida por un profesional de la ciencia económica que hizo carrera en el sector educativo, Juan Carlos Kolisnyk y con la venia de otro hombre del Proceso, el Secretario de Educación Olegario von Büren. Ambos son esas figuras invisibles, que permanecen en la administración pública sin ningún protagonismo hasta que un día son convocados, no casualmente por las dictaduras, para ocupar lugares preponderantes e incluso, decidir sobre la vida y muerte de personas. A otros les queda el mármol y las paredes. Si bien la sede de Congreso y Piedras no existe más, hoy Arancibia está mucho más allá de nueve manzanas.
En junio de 2016, Daniel Yépez me contó por primera vez de la vida de Isauro Arancibia (de hecho es él quien me contó del brezhneviano Sixto Paz). Fue tal la fascinación que mi tesina de licenciatura fue sobre ATEP. Hoy me genera escozor plantear con tanta vehemencia y seguridad lo que escribí en aquel momento y tampoco sigo creyendo que sea así pero hay una parte que voy a traer porque me parece que aún es válido: “En Tucumán aún se conservan las calles con adoquines. Allí, todavía se conservan esquinas por donde pasa la fugacidad de recuerdos indelebles para la memoria colectiva, aunque cada vez más restringida a los relatos de quienes no se resignan a dejar en el panteón del olvido los momentos donde parecía que la utopía se hacía carne. A pesar que Tucumán “es un pañuelo”, las distancias durante los sesenta se achicaron más de lo normal; porque en definitiva, las distancias son simbólicas, políticas y se construyen como fronteras indisolubles en la medida que se cierran los canales de la potencia plebeya para unificarse; y en aquellas esquinas del sur del centro de la ciudad, se encontraban Atilio Santillán e Isauro Arancibia, estudiantes y docentes universitarios, ferroviarios e intelectuales, periodistas importados y propios que rescataban crónicas y relatos de las luchas sociales. Hoy, a pesar de la cercanía material, la lejanía es absoluta, sórdida y simbólica. Porque faltan, porque no están. No están el edificio ni el maestro. Sólo queda un monstruo gris que se lo utiliza para alquilar pequeños departamentos, pero que hasta hace cincuenta años, concentraba las ilusiones de los humildes para un futuro mejor”.
Hasta la próxima,
Emmanuel.