Indicios de la grandeza nacional: la Ciudad Universitaria
Historias mínimas del trabajo en archivos #4
Hola, ¿cómo estás?
Este texto estaba planificado para salir el sábado. No llegué ese día pero tampoco quería dejar de enviarlo.
Aquí vamos.
Cualquier persona que haya sido parte de la Universidad Nacional de Tucumán conoce que en algún momento de sus 110 años existió un proyecto que buscaba transformar radicalmente la experiencia misma de ser universitario. Situado en las Sierras de San Javier, la Ciudad Universitaria fue un emprendimiento integral que buscaba colocar a la Universidad en un lugar privilegiado para el futuro de la región y del país. En la actualidad son unidades desagregadas, dispersas por un paisaje sinuoso y elevado que nos muestra lo que podía haber sido y no fue. El motivo de su cancelación fue el desfinanciamiento pero hay dos hipótesis: la primera, impulsada por el radicalismo que sostiene el desfalco previo a 1955; la otra, promovida por los sectores afines al rector Horacio Descole y sus sucesores, quienes plantean que la obra es paralizada por Eugenio Flavio Virla hacia 1958. Mi hipótesis es que no hay documentación respaldatoria para ninguna de las dos alternativas por lo que esta entrega lo que busca es desandar sobre la creencia que lo que motivó el proyecto es un impulso faraónico sin garantía ni sustentabilidad económica.
A mediados del siglo pasado las expectativas del porvenir eran infinitamente más intensas que pensar nuestro propio futuro con algo de positividad. Enzo Traverso dice que en las obras de artistas de izquierda en la primera mitad del siglo XX hay una apuesta a que el futuro necesariamente iba a ser mejor que aquel presente; es más en las décadas de auge de la Unión Soviética se hablaba del cosmismo, o sea cómo se iban a desarrollar las tecnologías para sobrevivir a la finitud humana. No hubo mayor expectativa en el futuro que incluso preparar el mundo para la extinción de la especie humana. Con la disolución de la Unión Soviética, para Enzo Traverso sobreviene un tiempo estético que mira hacia el pasado como un lugar esperanzador. Básicamente, si la humanidad pudo hacer esto, podemos volver a hacerlo. Eso se convirtió en una melancolía impotente que, para el historiador italiano, impidió que los proyectos políticos de transformación radical del status quo puedan ofrecer a la ciudadanía algo más que nostalgia.
Todo proyecto político es también una propuesta estética, buscan moldear el gusto y dejar marcas materiales que permitan distinguirse de quienes lo precedieron. Se pueden encontrar ejemplos claros a lo largo de la historia: el muralismo en el México posrevolucionario, la literatura de la Argentina de la unificación nacional, el fascismo italiano y el culto a las masas. La estetización de un momento político no es sólo en el presente, sino se coloca en un lugar inter-temporal: mira hacia el pasado y selecciona sus figuras, eventos relevantes; y observa al futuro para indicar la dirección que debe seguir una nación.
Si uno revisa la literatura producida sobre la Ciudad Universitaria va a encontrar que el hito inaugural es la creación de una Comisión especial en 1947 con un decreto presidencial. Sin embargo el primer movimiento administrativo fue una Resolución firmada por el interventor Adolfo Piossek en enero de 1940 que decidía inaugurar una Comisión, compuesta por Lorenzo Luzuriaga (pedagogo español que recaló en Tucumán como exiliado republicano), Risieri Frondizi (luego rector de la UBA y hermano del presidente desarrollista), Félix Cernuschi (ingeniero uruguayo que había llegado a Tucumán por la persecución del gobierno conservador de la década infame y fundó la carrera de física), Víctor Moyano Navarro (arquitecto) y Ernesto Saleme (ingeniero). En ese mismo año los miembros de la Comisión fueron reemplazados. Hasta 1945 el único movimiento documentado es nuevamente designar una delegación, esta vez conformada por tres consejeros superiores (Frondizi, Prudencio Santillán y Adolfo Cavagna), y una partida presupuestaria de 150.000 pesos moneda nacional para la adquisición del terreno.
Ahora bien, ¿por qué todo cambia después de 1946? Principalmente, y sin riesgo de asumir preferencias personales, por los cambios en el orden político y la irrupción del peronismo que trajo consigo una nueva intervención a la Universidad pero esta vez, resolutiva. En mayo de 1946, el Dr. Horacio Descole es designado como rector y con él, aparece un nuevo sentido en la gestión universitaria. Descole era un varón que resuelve. Ese gesto fundante tiene un sentido expansivo en todos sus aspectos: ¿hubo más guita? Sí; ¿existió un avasallamiento a las prerrogativas de la democracia universitaria? También. Aquí meto una opinión personal: cualquiera que examine aquellos años puede concluir que fue el ciclo más virtuoso de un gobierno universitario, incluso cercenando la libertad de los viejos chotos herederos: los Terán, los Piossek, los Prebisch.
Al año siguiente, las acciones del gobierno universitario dejaron de ser crear Comisiones (como dijo el mejor argentino, “para que algo no funcione nada mejor que formar una comisión”) y plegarse a los lineamientos educativos del Primer Plan Quinquenal. De hecho, ese mismo año Perón llega a Tucumán junto al presidente chileno Gabriel González Videla para recibir un doctorado honoris causa. En ese discurso, Perón los instaba a “llegar a una universidad argentina nuestra”, un lugar “que prepare hombres que sepan resolver los problemas argentinos en todos los campos y no a aquella que forma hombres enciclopedistas que no sirven mucho en el país. Más que enseñar muchas cosas, debemos enseñar cosas útiles” (Memoria de la Universidad, 1947). Jorge Pedro Arizaga era uno de esos cuadros de la burocracia educativa especializada que tuvo el peronismo en las segundas líneas del gobierno, y había participado directamente en el diseño de los lineamientos educativos del Plan Quinquenal. En el marco de una visita a la Universidad afirmaba que el camino de la comunidad total (Estado-Familia-Escuela) era el único que iba a permitir “una educación con sentido pedagógico, proyección científica y carácter nacional” y para eso la perspectiva tenía que ser integral. Las ideas acerca de la educación integral fueron trabajadas en un texto recomendadísimo de Pablo Pineau e Inés Dussel sobre la educación técnica en estos años. La cuestión era que para formar la Nueva Argentina (también hay un libro de Eduardo Galak sobre este tema, recomendadísimo) era necesario integrar la dimensión intelectual, física y moral que la educación tradicional las había separado y además, incorporar en la formación moral un sentido de conciencia nacional. Pero la conciencia nacional no es sólo el reconocimiento de una tradición o de la ubicación del país en el concierto global sino que también es amar a la tierra de uno. No es azaroso que aquellas iniciativas educacionales que buscaban amalgamar la exploración del espacio geográfico hayan tenido asidero en estos años. Ahí podemos colocar al proyecto de la Ciudad Universitaria. No fue megalomanía ni derroche sino la convicción que esa conciencia nacional se iba a forjar en el contacto con la tierra y desde allí, labrar el futuro.
Desde ese año, en las Memorias Universitarias hubo una sección dedicada exclusivamente a los avances de la Ciudad Universitaria. La primera entrega cuenta con un registro fotográfico y sus respectivas descripciones. Imagen 1, El Taficillo visto desde San Javier, “visión de amplitud, con horizontes magníficos, silencio propicio y ambiente fresco, donde los estudiantes hallarán el clima apropiado para el estudio y la meditación”; Imagen 2, Entradas a las lomas del Aconquija, “Las mismas lomas de San Javier, suaves, mansas y llenas de vegetación que servirán para construir sobre ellas la parte principal de la Ciudad Universitaria: las casas de estudio, los internados y demás dependencias especiales”; Imagen 3, Quebrada del Funicular, donde se pretendía establecer el vehículo que conectaba los dos barrios. Luego la Comisión comentaba el modelo de inspiración: la modernización de la Ciudad Universitaria de Madrid, con vista de conjunto que facilite el estudio y la realización de experiencias, las fachadas de alta estética, los amplios campos deportivos y la piscina. El problema era que el punto más alto de Madrid tiene la mitad que el Cerro San Javier.
En 1948 se avanzó con la compra del terreno a la familia Paz Posse. 30 pesos moneda nacional por hectárea, 5.000 pesos moneda nacional en total. Como no podía ser de otro modo está difundida la idea de la confiscación del gobierno pero la verdad que un Paz Posse reclame que le compraron a menor valor de mercado un pedazo de tierra es el summum de la pijotería de nuestras esmeradas élites. Un aplauso intertemporal para Napoleón Torres Bugeau, traidor de su propio linaje. Además el rector Descole aumentó la partida presupuestaria de la Comisión que venía haciendo la plancha, típica actitud del radicalismo remolón de los Frondizi. Para el ciclo siguiente se había creado una Oficina Técnica que encargó informes del terreno, tanto al Instituto de Arquitectura como uno específicamente de carácter geográfico y geológico a Guillermo Röhmeder; informe sobre reforestación a la Administración de Parques Nacionales y otro sobre provisión de agua y energía a la Obras Sanitarias de la Nación. La preparación del lugar estuvo a cargo del Instituto de Arquitectura y Urbanismo mientras que se recopilaban datos sobre la población universitaria así como el desarrollo de un programa de necesidades actuales y futuras para la planificación. El programa total recayó sobre la Oficina Técnica y tenía cuatro grandes grupos: Enseñanza, Vivienda, Centro Comunas y Deportes.
Los dos años siguientes las acciones fueron de planeamiento, construcción y organización de la gesta arquitectónica, a cargo de Napoleón Torres Bugueau. El plan general estaba definido: para la provisión de agua, construir un conducto de 26 kilómetros de largo y tanques de reserva; para la vivienda, un primer Bloque de albergue para 1200 estudiantes y núcleos de 33 viviendas aisladas; el funicular de 2.600 metros de longitud; embalse, cañería y tanques metálicos de reserva; una estación meteorológica, instalaciones deportivas y un estadio para 30.000 personas y un apartado dedicado exclusivamente a publicaciones sobre la obra y exposiciones cinematográficas. En 1950, atentos a las conmemoraciones del Centenario de la muerte de San Martín, la Oficina Técnica decidió el emplazamiento de una figura y designaron al escultor chileno Lorenzo Dominguez como encargado del proyecto. Hasta aquí había pocas obras terminadas pero se habían adjudicado y licitado otras mientras que se encontraban en trámite las erogaciones más significativas, especialmente el Bloque Universidad que había sido presupuestado en 46 millones de pesos moneda nacional.
El comienzo de la década fue turbulento, luego de un ciclo plenamente virtuoso de acumulación de capital y distribución sin conflicto, vino un período de restricción externa severo. El excedente acumulado de la II° Guerra había comenzado a reducirse y la reconstrucción europea llevó a que el comercio internacional se achique. Hay una postura desmemoriada de los dirigentes peronistas contemporáneos sobre ese segundo tiempo del gobierno nacional, entre 1952 y 1955, de impecable pericia técnica y que coincide con el II° Plan Quinquenal. La situación provincial no era menos conflictiva. La gran huelga azucarera de 1949 termina desestabilizando el gobierno de Carlos Dominguez e inicia otro tiempo de mayor protagonismo de una fracción de los sectores sindicales de la provincia.
Estos elementos condicionaron el desarrollo de la obra hasta 1954, luego del acomodamiento macroeconómico y la reapertura de estas grandes inversiones públicas. Aquí meto la cuchara de nuevo: tengo un moderado convencimiento que la exacerbación de las diferencias es un momento de la política que evidencia un desajuste en el orden económico. La práctica de tensar los conflictos en busca de una nueva articulación superadora ha fracasado estrepitosamente en un sinfín de experiencias históricas valiosas. El desorden macroeconómico del ‘52 fue resuelto técnicamente pero aceleró la conflictividad social. Había que suturar las identidades sociales bajo el paraguas simbólico de la Nueva Argentina, cueste lo que cueste. Hay una disputa estética por los símbolos y una retórica centrada en el cambio irreversible. El rector cambió y los artefactos comunicacionales también: Diego Pró en lugar de Descole y el Boletín trimestral en vez de las Memorias anuales. Pró venía de las humanidades y podemos ver nítidamente ese desplazamiento. Si la impronta de Descole era el impulso cientificista, Pró le otorgó un lugar primordial a las disciplinas humanísticas porque la Universidad era, ante todo, “un organismo y organización cultural y que sin ese sentido de totalidad se regresa fatalmente al aislamiento individualista”. La reverberación espiritualista -aquí dejo el video que hicimos sobre Terán sobre la justificación espiritualista al Parque 9 de Julio- del nuevo argentino se encastraba en el nuevo ordenamiento institucional del país, es decir, la Constitución de 1949 y el funcionamiento universitario debía estar gobernado por el interés general de la Nación.
Estas ideas se amalgamaron en un intento por incorporar más elementos de la nueva pedagogía a la Ciudad Universitaria. Es interesante como les representa un dilema la incorporación de nuevas camadas de estudiantes universitarios. En ese marco si el proyecto inicial estaba dirigido a un tipo de sujeto interiorizado en la cultura universitaria, luego de la derogación del arancelamiento a exámenes de ingreso, “los jóvenes que participarán de este sistema educativo, prácticamente se asoman por primera vez a la vida desprovistos del apoyo directo de su hogar y su familia” por los “distintos ambientes sociales de los que proceden”.
El 4 de mayo de 1954 se inauguró la Ciudad Universitaria, con la promesa de redimensionar las unidades habitacionales y construir un funicular para 250 personas. El asentamiento de las primeras unidades -de administración y enseñanza- era provisorio, siendo la Facultad de Arquitectura y Urbanismos y el Instituto del Profesorado de Educación Física las primeras dependencias en instalarse.
Los acontecimientos de 1955 son conocidos. Las conspiraciones de las Fuerzas Armadas gozaban de mayor consenso dentro del sistema de partidos (alguna vez vamos a tener la decencia de tratar como corresponde los atentados terroristas contra la población civil en junio de ese año) y en la sociedad civil. No encontré actualizaciones sobre los avances de la obra en el archivo, salvo la que nos legaron: ese traste de cemento que parece haber sido depositado y olvidado en medio de la yunga.
Hay un último boletín publicado en diciembre del ‘55. La figura de Perón es reemplazada con la de Atilio Dell’Oro Maini y la asunción de García Zavalía como rector normalizador. Un discurso de asunción escueto y un reconocimiento al rol de los estudiantes universitarios en la deposición del gobierno anterior. Sólo dos promesas: “una pauta de prudencia y justicia” en la administración financiera y el pliego a la Comisión Nacional de Investigaciones “para devolver a la administración pública sus condiciones de moralidad, decencia y prestigio”. Faltó agregar que en el primer acto administrativo como rector, García Zavalía despojó de su condición de profesores a todo aquel que haya tenido una activa participación en el gobierno anterior o incluso admita simpatías con el peronismo con Descole a la cabeza.
Poco a poco la inversión empezó a escasear con la premisa de la normalización administrativa y así, la obra fue detenida. No es mi intención ubicar el momento exacto de parálisis de la construcción, incluso me atrevo a decir que no hay documentación fehaciente al respecto. En un contexto de suspensión de las garantías constitucionales contra una parte de la población, es complejo afirmar con seguridad ciertas cosas. Hay una síntesis de Silvana Ferreyra que me parece elocuente al respecto: primero, el propósito de reconstruir el pasado inmediato fue corroborar la hipótesis de “memoria ominosa” y apuntalar el proceso de desperonización en curso. Por eso, es necesario “reflexionar en torno a las múltiples mediaciones que atraviesa el trabajo del historiador al analizar un fondo documental: desde las herramientas precautorias que ofrece el oficio frente a la simple reiteración o la revisión de las exclusiones, hasta la compleja e inestable relación entre los autores de la documentación, los archivos e intérpretes como topos de sentidos e identidades posibles”. Parte de la documentación existente fue saqueada en los días posteriores al golpe y en otras ocasiones, destruida por la decisión de las nuevas autoridades. Por eso, la intención de esta entrega fue poner a este mega emprendimiento en un contexto de ideas determinado y con ello, desandar la zoncera del derroche compulsivo.
Cierro con esto: Estoy convencido que en las cabezas de Descole, de Pedro Heredia y de Julio Storni estaba la seguridad que ésta gesta material era un aporte a la grandeza del espíritu nacional. Porque la verdad es que si uno es patriota quiere siempre lo mejor para su tierra y la muestra de ese convencimiento es poner todo de sí, incluso a costa de la denostación, del olvido y el revanchismo.
Por último. Mañana habrá otra convocatoria nacional en defensa de las Universidades Públicas, las últimas gemas que nos quedan. Las Universidades no son sólo donde estudiamos, trabajamos y hacemos parte de la vida, también son nuestro patrimonio como civilización. Por eso, hay que volver a esas 18.000 hectáreas cada vez que se pueda. La conciencia nacional se forja también en lo que es material, no sólo en el gesto yoico de la historia en instagram. Ah, y volver a lo que decía el profesor Arizaga: proyección científica y carácter nacional.
Argentina, sobre todo lo demás.